El plátano verde y el aguacate Lorena son dos de los principales frutos de esta zona, pero las malas prácticas agrarias –como falta de recolección de cultivos, técnicas de conservación del suelo y mal manejo de plagas– los echan a perder. Sin embargo, con sus residuos se pudo crear un combustible orgánico, además de pesticidas y alternativas de emprendimiento como la creación de harinas y aceites para la industria alimentaria y el comercio local, lo cual abre un nuevo camino productivo y desarrollo tanto económico como social en la región.
En los Montes de María habitan más de 70.000 personas, quienes durante la década del 2000 padecieron los estragos del conflicto armado; cinco años después, tras el proceso de Justicia y Paz por parte del Estado, la agricultura logró reivindicar positivamente el valor del suelo con la producción de yuca, ñame y arroz.
Además, en 2021 el Gobierno nacional instauró los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET), que sirvieron como instrumento para planificar y gestionar los elementos de la Reforma Rural Integral, por lo que sus habitantes pudieron volver a ver en el suelo una fuente de ingresos sustitutivos a los cultivos de droga como la hoja de coca.
Aunque este territorio está ubicado entre los departamentos de Bolívar y Sucre, al norte del país, llegar allí no es tarea fácil. El trayecto implica pasar a Montería, luego ir hacia Sincelejo, y finalmente ascender en un carro montero por trochas y vías en mal estado durante dos horas hasta llegar a las veredas Salitral (municipio de Ovejas) y El Limón (municipio de Chalán), a 26 minutos de distancia.
“La travesía era lo de menos, ya que se vislumbraba la posibilidad de lograr un crecimiento y enriquecimiento productivo de las asociaciones agrícolas de este sector, es decir la mano campesina, con quienes era posible generar competencias empresariales con los insumos del mismo territorio”.
Así lo menciona el doctor en Ingeniería Química Juan Camilo Solarte Toro, quien dirigido por el profesor Carlos Ariel Cardona, también doctor en Ingeniería Química y miembro del grupo de investigación “Procesos bioquímicos, catalíticos y biotecnológicos”, escogieron a Sucre para hacer una transformación territorial bajo el proyecto de Miniciencias: “Competencias empresariales y de innovación para el desarrollo económico y la inclusión productiva de las regiones afectadas por el conflicto colombiano”, una iniciativa que surgió del programa Colombia Científica “Reconstrucción del tejido social en zonas de posconflicto en Colombia”.
Para ejecutar este proyecto, primero se hizo una caracterización detallada del territorio, la cual contó con la colaboración de miembros de la Universidad de Sucre, con el profesor Alexander Cordero, Lina Chamorro, Leonardo Chamorro y tres líderes locales de AsoJuventud en la vereda Chalán y Acdres en Salitral, en donde la presencia de estos actores facilitó la conexión y estableció una red de confianza con la comunidad para entender las dinámicas sociales, económicas, culturales y territoriales de la región.
Allí se realizaron entrevistas y encuestas dirigidas a 11 grupos familiares, cada uno compuesto por entre 5 y 8 miembros, con edades entre 4 y 80 años, en donde conviven mamá, papá, hijos, tíos y abuelos, con el fin de conocer los modos de vida locales y abordar las problemáticas del territorio que se afrontaban frente al desperdicio de cultivos de aguacate y plátano.
En consecuencia, se pudo evidenciar que los desafíos relacionados con la productividad de los cultivos es que la alta presencia de frutos no garantiza beneficios económicos, ya que las pérdidas superan a las ganancias en un sector en el que, junto con la ganadería, persisten obstáculos como el acceso a mercados.
Asimismo había presencia y crecimiento de hongos destructivos como Phytophthora, Fisadius y Fitia, causados por la humedad natural del suelo, que invadía toda la planta hasta el fruto, por la falta de control y cuidado de los habitantes quienes no fumigaban los suelos con ningún tipo de sustancia química.
El manejo inadecuado tanto del aguacate como del plátano consistía en la constante exposición de las plantas a condiciones climáticas adversas, por lo que los campesinos no recolectaban lo poco que salía y los racimos se maduraban por completo en los troncos y permanecían colgados allí hasta meses enteros en estado de descomposición, proliferando el crecimiento del hongo y desaprovechando el fruto. Además, lo que se recogía, que era apenas entre 7 y 8 toneladas por hectárea, no era suficiente, pues está por debajo de los estándares ideales que son entre 10 y 20 toneladas por hectárea.
“El aguacate criollo se da en dos épocas: a mitad y a final de año. Los pobladores decían que incluso había tanto cuando crecía sano, que estaba “hasta para regalar y comer diariamente y aun así no daban abasto”, lo malo es que este no perdura y se daña fácilmente a los cinco días. Por su parte el plátano verde es un fruto más duradero, se podría decir más resistente, y, a diferencia del anterior, da mejores rendimientos de producción cada tres meses”, señala el ingeniero Toro.
Otra de las problemáticas observadas es la inconsistencia en la cadena de suministro de los alimentos; por ejemplo se evidenció que los intermediarios compran el fruto barato y lo venden en las cabeceras municipales a precios elevados. “Había bultos de unos 100 aguacates que los pagaban a 50.000 pesos, y en los mercados o tiendas vendían la unidad entre 4.000 y 7.000 pesos”.
A partir de estas problemáticas, el grupo de investigación habló con la comunidad para que ellos eligieran qué querían elaborar con los residuos del aguacate y del plátano, y entre las opciones se les propuso: chips, harina, aceites y biofertilizantes. Descartaron la primera porque requeriría equipos tecnológicos difíciles de conseguir en la región, y los demás eran viables con instrumentos hechos en casa, incluso en cocinas convencionales.
En la práctica
Después de elegir y determinar la viabilidad con el equipo, empezó la fase de desarrollos, en la que a través de charlas teóricas más de tres días a la semana, guiadas con la práctica, con el hacer, se les enseñó el proceso de secado, picado y de molienda de los residuos, la extracción de los aceites, la pulverización y conservación para la harina, además de la creación de fertilizantes para cuidarlos del hongo.
Se conformó una pequeña asociación productiva campesina en la región, lo que permite generar más ingresos; en ambas veredas aumentó la producción de plátano y aguacate, y más del 80% de las toneladas de residuos se les dio un nuevo ciclo de vida. Además se mitigó el hongo en los cultivos y algunos microempresarios salieron a distribuir sus productos a otros municipios de Bolívar, Antioquia y Córdoba.
Por otro lado, algunas muestras de estos residuos también se llevaron a los Laboratorios de la UNAL Sede Manizales, en el Instituto de Biotecnología y Agroindustria, para evaluar a un nivel industrial qué otros componentes se podrían hacer con estos frutos, como elaborar ácido láurico, etanol y silicón, que son subproductos del aguacate y del plátano, con el fin de aprovechar las fracciones de celulosas y alicina, con resultados óptimos para crear productos cosméticos debido a sus propiedades antimicrobianas, que no solo podrían utilizarse para el comercio local, sino incluso pensar en un futuro en adecuar una fábrica para enviar a compañías de belleza grandes.
Un trabajo con mirás al futuro
La Unidad de Emprendimiento e Innovación de la UNAL Sede Manizales también brindó un espacio de formación, validada a través de diplomados, en la que los campesinos aprendieron sobre distribución de mercado, prácticas empresariales, formación de empresa, marketing digital, y relacionamiento con clientes.
Otro de los plus de este arduo trabajo de la UNAL Sede Manizales y la Universidad de Sucre fue la entrega de una hectárea de plátano y una hectárea de aguacate lista para cada unidad familiar, en donde se sembraron 2.011 plántulas de ambos frutos, acompañados de una hoja de ruta para que ellos mismos en un futuro puedan generar recursos ante entes gubernamentales como la Gobernación, la Alcaldía o Minciencias, para adquirir más insumos o equipos que amplíen el margen de la harina y los aceites.
“Este proyecto sigue en curso, aún no termina del todo, la idea es ver en unos años más cómo ha avanzado este proceso de aprovechamiento de residuos y la producción de los frutos en el mercado, conocer los nuevos retos, y las nuevas ventanas que se podrían abrir con la transformación hecha por ambas universidades en esta región del Caribe”, menciona el ingeniero Toro.