Polvo de grillos para consumo humano. | SHUTTERSTOCK
Aunque parezca mentira, en el “país de la carne”, como alguna vez se conoció a la Argentina, no faltan propuestas desde entidades gubernamentales para desarrollar una “alimentación alternativa” basada en insectos, en consonancia con agendas globales que vienen impulsando este tipo de dietas exóticas bajo la excusa de “combatir el cambio climático”. Así lo sostiene un equipo de investigación conformado por miembros del INTA y del INTI, que celebró el pasado 24 de enero haber elaborado budines, panes y pastas a partir de “grillo en polvo” (1).
Los especialistas, en la nota titulada “Evalúan el uso de insectos como alternativa de alimentación”, destacaron además el “alto aporte nutricional” y el importante contenido proteico de esta novedosa “fuente sustentable”. Muy llamativa propuesta en un país que, según datos del Centro de Estudios sobre Políticas y Economía de la Alimentación, genera alimentos para 400 millones de personas y que, según la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de Argentina, produce carne para casi una decena de millones de personas más que su propia población.
De acuerdo al artículo publicado por la página oficial del INTA, “la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), promueve la inclusión de insectos en las dietas por sus beneficios nutricionales, socioeconómicos y ambientales. En un informe, reconoce que ‘una de las muchas vías para abordar la seguridad de alimentos y piensos es a través de la cría de insectos’”. En base a este fundamento, el equipo de investigación desarrolló “prototipos de alimentos” (sic) utilizando entre un 10 y en 20% de “grillo en polvo”. Gabriela Gallardo, directora del trabajo e investigadora en el Instituto de Tecnología de Alimentos del INTA, explicó: “entre estos prototipos, ya hicimos panificados, barras de cereales, y logramos elaborar pastas que cuentan con un alto contenido de proteínas, según las normas de rotulado nutricional del Código Alimentario Argentino (CAA). Tecnológicamente fue posible obtener una pasta fresca con alto contenido proteico, utilizando una fuente alternativa y sustentable de acuerdo con los requerimientos de la FAO”.
Efectivamente, en un informe de mayo de 2013, las Naciones Unidas plantearon que “la entomofagia, o la ingesta de insectos, también ayudaría a combatir la contaminación. La cría de insectos tiene un impacto ambiental positivo por ser menos dependiente de la tierra y producir menos gases de efecto invernadero” (2). En dicho trabajo, altamente especulativo, se comparan las virtudes alimenticias de escarabajos, hormigas, grillos, langostas, y orugas, entre otras apetitosas propuestas, al tiempo que se lamenta de las “parcialidades culturales” que hacen que dichos consumos solo se acepten en algunas regiones de África y Asia, y no de Occidente. Cabe preguntarse si quienes elaboran este tipo de informes, y los promueven, se alimentan de manera cotidiana con estas suculentas recetas culinarias. Debería mejor investigarse si en algunas zonas del mundo no recurren a este tipo de alimentación por padecer hambre crónico a lo largo de varias generaciones, situación aciaga que se puede estar encubriendo bajo el rótulo de “parcialidades culturales”.
La Agenda 2030 que planteó la ONU en 2015, con sus “Objetivos de Desarrollo Sustentable”, cada día muestra más que detrás de enunciados bonitos, que nadie en principio cuestionaría, con objetivos como lograr el “fin de la pobreza” (ODS número 1), y el “hambre cero” (ODS 2), en la práctica se proponen a los gobiernos acciones que terminan atentando contra la dignidad de sus pueblos, en pos de una reingeniería social y de recursos estratégicos de largo plazo.
No por casualidad, discurren en la misma línea las intenciones del Foro de Davos, donde el presidente de Siemens, Jim Hagemann, reclamó en enero pasado, que una buena parte de la humanidad debería dejar de comer carne para poder combatir el cambio climático: “Si mil millones de personas dejan de comer carne, les digo, tendrá un gran impacto. No solo tendrá un gran impacto en el sistema alimentario actual, sino que también inspirará la innovación de los sistemas alimentarios. Y predigo que en el futuro tendremos proteínas que no provendrán de la carne. Probablemente sabrán mejor. ¿Por qué intentamos imitar a la carne si podemos tener un sabor mejor? Tendrán cero emisiones de carbono y serán mucho más sanos que el tipo de alimentos que comemos hoy. Es una misión que tenemos que conseguir”, expresó el directivo a los asistentes del Foro, sin especificar a qué proteínas alternativas e “innovadoras” se refería. Sin embargo, en un artículo publicado en la página web oficial del mismo foro el 9 de febrero de 2022, titulado «5 razones por las que comer insectos podría reducir el cambio climático» (4), dos especialistas de la Universidad de Indiana, EEUU, explicitaban cuáles podrían ser estas novedades dietarias: «se sabe que los grillos, ciertas especies de hormigas, y los gusanos de la harina, son ricos en proteínas y calorías en el mundo del consumo de insectos. Una manera fácil de integrar la proteína de insectos en su dieta sería a través de la proteína en polvo de grillo, utilizada en lugar del típico suplemento de proteína en polvo». Y agregaban los supuestos beneficios: «su producción utiliza considerablemente menos recursos (menos tierra, menos alimento, menos agua, menos combustible para el transporte y menos mano de obra humana) que el ganado animal, al mismo tiempo que posee una huella de carbono mucho menor».
Ya hemos visto cuáles son las fuentes de estas llamativas propuestas dietarias vernáculas. Coincidiendo con Davos, Gallardo celebró desde el INTA que se avance en la producción de insectos para consumo humano, dado su “bajo impacto ambiental y alto nivel proteico”, al tiempo que se quejó de que “en nuestro país no existe todavía un marco normativo que regule la cría ni la producción y comercialización de insectos y sus derivados”.
En rigor de verdad, el INTI ya había incursionado en la temática. El 18 de diciembre de 2020 publicó la novedad en un artículo con título: “Comida a base de insectos, el alimento del futuro que ya llegó a Argentina” (3), donde afirmaba: “Si bien en el país el consumo de insectos no está permitido por el Código Alimentario Argentino, desde el INTI junto con otras entidades estatales —como el Instituto Nacional de Alimentos, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, el Ministerio de Agricultura Ganadería y Pesca, el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria— y privadas —Universidad Argentina de la Empresa y Grillos Capos— se está trabajando para promover su incorporación como un nuevo capítulo en el código”, de modo que, una vez aprobado, el organismo estatal “podrá acompañar a la industria para desarrollar productos que contengan insectos comestibles y así sumarse a la tendencia mundial en la búsqueda de nuevas fuentes proteicas alternativas”. Traducido, es cuestión de tiempo para que tengamos en las góndolas variedad de insectos para todos, en base a producciones subvencionadas con los impuestos de todos. Muy conveniente para abaratar los costos de un sistema político-social cada día más asistencialista.
Si a partir de la sanción en la Argentina de la Ley de Etiquetado Frontal, se han comenzado a rotular los productos alimenticios haciendo explícitos los “excesos de grasas” o el “exceso de azúcares”, quizá en un tiempo haya que agregar también las leyendas de “exceso de injerencia de agendas globales” y “exceso de cinismo disfrazado de buenas intenciones”.